CARLOS GARDEL

CARLOS GARDEL

“Lo felicito por ser superior al silencio”

Evaristo Carriego

 

Hacia fines del siglo XIX, huyendo del hambre y las pestes que azotaban Europa, una multitud de hombres, en su mayoría sin familia, llegaba  a la aldea porteña. Traía consigo su lengua, sus costumbres y el deseo de cosechar para luego volver a la tierra natal.

La población, entonces, se quintuplicaba y la ciudad se inundó de prostíbulos donde saciar tanta soledad y nostalgia. Sus orillas invadidas por yuyarales se hicieron barrios donde los recién llegados se amontonaban en conventillos y cuartos de pensión. Allí fusionaron sus resentimientos, frustraciones y melancolías con otros exiliados como el gaucho desterrado, que en la orilla era cafisho o compadre, y el pardo descendiente mestizo del negro.

En ese hervidero, la cotidianeidad estaba hecha de la prepotencia del más fuerte, del decente que soñaba con hacer fortuna, del duelo y el uso indiscriminado del cuchillo, de las fantasías destrozadas por la realidad, del amor que se vende al mejor postor, de la resignación frente a la muerte, de añoranzas.

Este grupo humano heterogéneo, curioso y complejo forjó costumbres, vestimentas, un lenguaje propio y una música, el tango, que con sus letras saturadas de reproches, desesperación, engaños y evocaciones, se iba a transformar con el correr del tiempo en el máximo símbolo de su identidad cultural.

La oligarquía local, desde sus lujosos palacetes en el centro de la ciudad, desesperaba de nacionalismo ante tanta barbarie. La orilla, el suburbio era el reducto de lo indigno, lo pecaminoso y, por tanto, de gentes despreciables.

Entre éstas, se hallaba una mujer francesa y madre soltera, Berthe Gardes, quien llegó a Buenos Aires con su hijo Charles Gardes; ¿huyendo de la reprobación social? o  ¿era una prostituta francesa a quien le encargaron el cuidado de un niño, hijo ilegítimo, nacido en Uruguay? ¿Hubo un Gardés que trocó su apellido en Gardel por razones artísticas? o ¿Gardel y Gardés fueron dos personas distintas? Estuvo preso, conoció el penal de Ushuaia, ¿o fue siempre el hijo bueno que cuidó de su ”viejita”? ; misterios imposibles de develar. Lo cierto es que Carlos Gardel, como todo hijo natural, se aplicó desde niño a dar pistas falsas sobre su pasado, quizás, como un intento de evitar la vergüenza y el destierro.

Así, “el francesito”, deambulaba por las calles con carencias y privaciones. En la noche, entre capitalistas del juego y prostitutas, copas de ginebra y espeso humo de tabaco, escuchaba canzonettas napolitanas, zarzuelas y estilos, vidalas y milongas. Entonces quiso conquistar Buenos Aires;  eligió el mercado de Abasto como territorio propio y se hizo cantor.

El tango ya se respiraba en la atmósfera porteña, pero no como tango-canción. Seguramente el Zorzal Criollo estaba totalmente consciente de esta música novedosa que tocaban grupos instrumentales, pero para un muchacho con la aspiración de ser un cantante popular otro género le ofrecía un futuro promisorio, el folclore.

Al formar el dúo con el uruguayo José Razzano, a fines de 1911, ya tenía una excelente reputación como cantor folclórico. Durante los próximos diez años, Gardel y Razzano figurarían entre los artistas más cotizados del varieté argentino.

En 1910, los festejos del centenario de la revolución de Mayo dieron a la ciudad un nuevo maquillaje, la Avenida de Mayo, la iluminación eléctrica, nuevos edificios. Buenos Aires parecía un implante europeo en medio de la pampa. El tango salía del prostíbulo y comenzaba su transformación civilizada y moralizante, el teatro y los cabarets inventaron la Avenida Corrientes, proliferaron el sainete y las orquestas. El inmigrante se hizo sedentario, fundaba una familia y se establecía definitivamente.

Buenos Aires daría con su tono cuando Gardel se hizo cantor de tangos, dejando atrás al gran cantor criollo. No cabe dudas de que el hombre que hizo el aporte fundamental a la creación del tango cantado fue Pascual Contursi, quien escribió la letra de la canción “Mi noche triste”, con la que Gardel y el tango- canción debutaron con un rotundo éxito.

A partir de 1925, el Morocho del Abasto comenzó su vertiginosa carrera como solista, volcándose definitivamente al género. Aquí nace el Gardel buen mozo, el de la sonrisa lumínica, el que  le cantó a un arrabal mitológico, sin embargo, no era el típico compadrito ni el guarango orillero. Actuaba sus personajes desde una naturaleza refinada, hacía de la música suburbana una dicha o una tristeza sublime; lograba convertir las letras más sensibles en poemas. A los tangos que humillaban a las mujeres los transformó, a menudo, en piadosos e interpretó la decadencia de los malevos. Gardel no dejó de ser fiel al alma del suburbio cuyos desgarramientos había sufrido en carne propia, pero por otro lado, convirtió  al tango en apto para la naciente clase media que se reconoció inmediatamente en él y lo adoptó como su forma de expresión más legitima.

La ciudad, entonces, se hizo de madre y barrio, de amores contrariados y mujeres perdidas, melancólica. Gardel cantaba a una sociedad que necesitaba formarse, verse representada en valores que le dieran identidad. Son los hijos de los inmigrantes los que escriben las letras, los que cantan y bailan el tango, los mismos que a pesar de su origen extranjero y de haber sido criados con la esperanza de volver, escriben como signo de pertenencia.

De pie lo aplaudió el público porteño y un barco lo devolvió a su Europa original para conquistar nuevas sensibilidades. Paris le puso un sello de calidad y más tarde triunfó en la cosmopolita Nueva York, permitiendo que Buenos Aires fuera para el mundo una noción más aproximada y certera. El tango, que ya había dejado la clandestinidad de sus comienzos, ahora entraba por la puerta principal de las mansiones de la Avenida Alvear.

Su paso por la incipiente industria cinematográfica fue discutible y breve, pero testimonia la forma en que Gardel, sonriendo con cordialidad profesional, mirando con una fijeza perturbadora a su público, cautivando con el color de su voz, sus giros y silencios, y su sobriedad, electrizaba en cabarets, teatros y ocasionalmente en bailes de sociedad.

Fue un extraordinario cantor lírico,  aventajaba el vuelo poético de sus letristas con la sola sensibilidad de su voz multitonal que fue declarada por la UNESCO,  Patrimonio Cultural de la Humanidad.

En 1935, un accidente de aviación puso fin a sus días. Este final trágico y el enigma de sus orígenes fueron ingredientes para la construcción del mito. La vida cesó pero la imaginación le permitió continuar vivo, no sólo porque hubo misterio sino porque algo fue develado.

Sin conocer la escritura de los signos musicales, compuso con el silbido y la intuición más de un centenar de temas que estarán por siempre en la historia de la música, grabó más de mil canciones, filmó 11 películas y actuó en más de 10 países.

Su primitiva condición de marginado, así como sus esfuerzos de superación, no hace más que redoblar sus méritos. La vistosa figura que el mismo creó habla de un profesional que puso en la cima la valoración latinoamericana, y luego europea, del tango rioplatense con ramificaciones en China y Japón. Pero por sobre todo, fue el portavoz privilegiado de aquel porteño de los años 20 y 30, desesperanzado, ideológicamente indefinido, orgulloso, agrandado, que escondía tras esta máscara la desdicha. Sus peripecias fueron una secreta necesidad, el sueño colectivo de estos argentinos.

Símbolo indestructible del tango y del porteño, Carlos Gardel está vivo y vigente por pura responsabilidad de su creador, por eso su sonrisa cómplice saluda diariamente en la gran urbe del sur a millones de habitantes desde los lugares más impensados.