EL GAUCHO MARTÍN FIERRO

EL GAUCHO MARTÍN FIERRO

«Por asimilación, si no por la cuna, soy hijo de gaucho, hermano de gaucho, y he sido gaucho. He vivido años en campamentos, en los desiertos y en los bosques, viéndolos padecer, pelear y morir; abnegados, sufridos, humildes, desinteresados y heroicos»

José Hernández, 1881

 

Hacia el 1600, las llanuras situadas a ambas márgenes del Río de la Plata estaban repletas de ganado salvaje llegado a estas tierras con Pedro de Mendoza, el primer adelantado del Río de la Plata, en 1538. El comercio de cueros y carne de ganado cimarrón (salvaje), muy preciados por los comerciantes europeos y portugueses del Brasil, era la fuente de sustento del gaucho, hombre que vivía libremente en las pampas, sin empleo fijo, cazando y cuereando animales.

 

“Mi gloria es vivir tan libre/ como el pájaro del cielo;/ no hago nido en este suelo/ ande hay tanto que sufrir,/ y naides me ha de seguir/ cuando yo remuento el vuelo.”

 

Criollo o mestizo, este varón era el soberano de las pampas, un rey en la soledad que vagaba sin rumbo fijo en su caballo. En ese “mar de tierra” no poseía nada, pero era dueño absoluto del mundo en que vivía. En su vasto señorío, su casa era la sombra del ombú cuyo follaje lo refrescaba en la travesía, y  su vasallo era todo lo que estaba al alcance de su lazo y de las boleadoras, arma que le había robado al indio. Del conquistador español había heredado el puñal, el chambergo y su compañera,  la guitarra.

 

“Aquí me pongo a cantar/ Al compás de la vigüela,/ que el hombre que lo desvela/ una pena estrordinaria,/ como la ave solitaria/ con el cantar se consuela.”

 

Su principal alimento era el asado de carne vacuna, cocinada a las brasas y, a veces, sin quitarle el cuero,  aunque, como dice en uno de sus versos, “todo bicho que camina va a parar al asador”, cualquier animal podía ser comestible menos el perro y el caballo.

 

Vení,a la carne con cuero,/ la sabrosa carbonada,/ mazamorra pien pisada,/ los pasteles y el güen vino…”

 

“!Ah,tiempos!… !Si era un orgullo/ ver jinetear un paisano!/ cuando era gaucho baquiano,/ aunque el potro se boliase,/ no habia uno que no parase/ con el cabresto en la mano.”

 

Diestro jinete, fuerte y valiente, taciturno, pero arrogante, capaz de responder con violencia a una provocación, el único rival que la naturaleza le había creado era el indio pampa. En esta nación de guerreros, el gaucho y el indio se aborrecían y descuartizaban como el tigre y el león. El indio poseía un indomable valor, no perdonaba nunca ni gustaba que lo perdonen, y sus hordas feroces dejaban sólo muerte y desolación.

 

“Allí sí, se ven desgracias/ y lágrimas y afliciones;/ naides le pida perdones/ al indio: pues donde dentra,/ roba y mata cuanto encuentra/ y quema las poblaciones.”

 

Hacia el siglo XIX, la pampa sin alambrados ni fronteras en las que el gaucho podía galopar a voluntad, bolear avestruces y potros, enlazar y desjarretar ganado, y vivir con absoluta libertad, aún teniendo que pelear con el indio, llegaba a su fin.

 

Este criollo errante y pendenciero, enemigo de toda disciplina, incrédulo pero amante de la tradición, orgulloso de sus arreos, de su poncho y sus espuelas, comenzó a desaparecer transformándose en el paisano gaucho con paradero fijo; su hogar será un adusto rancho de adobe con aljibe. Ya no es un habitante peligroso, es ahora considerado un hombre útil porque ha incorporado hábitos de trabajo como  jornalero rural, labrador, tropero o peón de mano. Tiene respeto por la autoridad, aunque contra su sentir; y como signo de humildad se quita el poncho para entrar en la villa. Se alista en las montoneras de los caudillos federales o es reclutado para servir en un fortín con el objetivo de defender la frontera contra los indios.

 

“Ahi comienzan sus desgracias, / ahi principia el pericón,/ porque ya no hay salvación,/ y que usté quiera o no quiera,/ lo mandan a la frontera/ o lo echan a un batallón.”

 

Martín Fierro es uno de esos gauchos empobrecidos que fue reclutado con ese fin, es el personaje de un extenso poema épico escrito por José Hernández en 1872, obra fundamental del Patrimonio Cultural de la República  Argentina.

 

“Tuve en mi pago en un tiempo/ hijos, hacienda y mujer,/ pero empecé a padecer, / me echaron a la frontera,/ ¡Y que iba a hallar al volver!/ tan solo allé la tapera.”

Con el habla típica de los gauchos de la Provincia de Buenos Aires, el protagonista canta su lucha por la libertad, contra las adversidades y la injusticia. «El gaucho Martín Fierro» recorre la felicidad inicial de su vida familiar en las planicies hasta que  es obligado a alistarse en el ejército. El odio a la vida militar lo lleva a rebelarse y desertar. A su regreso, descubre que su casa ha sido destruida y su familia se ha marchado. La desesperación lo empuja a unirse a los indios y a convertirse en un hombre fuera de la ley. En la secuela del poema, «La vuelta de Martín Fierro» de 1879, se reúne por fin con sus hijos y vuelve al seno de la sociedad, para lo que ha de sacrificar gran parte de su preciosa independencia.

 

Durante la segunda mitad del siglo XIX, bajo los gobiernos de Mitre y Sarmiento, en la Argentina se consolida la organización de la sociedad, se afianzan las instituciones democráticas y se abren perspectivas de trabajo, así como de paz, con la definitiva conquista de la pampa; es ésta la época en que Martín Fierro sufre sus desdichas.

 

A espaldas de la ciudad, ahora modernizada y embellecida, quedaba la pampa y sus  gauchos quisieron seguir viviendo dentro de su mundo tradicional hasta que la realidad del alambrado, el ferrocarril, la inmigración en masa y las instituciones todavía amorfas y torpes, vinieron a intimarle rendición o muerte. Naturalmente, el gaucho, por ser quien era no pudo entregarse sin pelear. De este modo se enfrentaban dos concepciones antagónicas de la vida, la economía y la sociedad; una que irradiaba de la urbe con urgencia perentoria y otra que se aferraba al mundo configurado por la tierra y la tradición. De ahí que la temible línea de la frontera vino a ser para el gaucho una zona de dos frentes. Uno, la sociedad y el estado con sus instituciones opresoras y otro, el dominio del indio, tierra adentro; respecto al cual contribuyó a su derrota y exterminio sin intentar comprenderlo, no obstante tratarse del señor legítimo de las pampas.

 

A través de la obra “El gaucho Martín Fierro”, Hernández, enemigo del proyecto de Sarmiento, consiguió hacerse escuchar y que sus propuestas a favor de la causa del gaucho se tuvieran en cuenta, erigiéndose así en el símbolo de la tradición nacional argentina en contraposición a las tendencias europeizantes de la ciudad y a los intereses políticos de su época.

 

El gaucho era un ser  marginal, considerado un salvaje por la aristocracia y la burguesía urbana, pero aún así, se lo veía con mucho respeto por ser libre, duro, por su extraordinaria destreza como jinete, por su solidaridad y su ingenio. De esta admiración surgió la poesía gauchesca y la construcción de la figura romántica del gaucho como hombre independiente y rudo, pero leal y sabio, haciendo  de él un héroe, un personaje mítico que con el tiempo se transformó en el arquetipo de los «valores esenciales del ser argentino».

 

Sin embargo, hay quienes se negaron a reconocer, tanto al gaucho como a Martín Fierro, emblemas de la identidad argentina. Jorge Luis Borges, desde los valores e ideales de su clase, opinaba: «si la mayoría de los gauchos hubiesen procedido como Martín Fierro, entonces no tendríamos historia argentina. Nuestra historia es mucho más completa que las vicisitudes de un cuchillero de 1872, aunque esas vicisitudes hayan sido contadas de un modo admirable», y más adelante «y creo que pensar que, de algún modo, Martín Fierro nos simboliza, es un error, ya que Martín Fierro corresponde a un tipo de gaucho, y este país ciertamente no fue obra de gauchos. Los gauchos no habrán pensado en una revolución, en organizar el país y, sobre todo, no hubieran compuesto literatura gauchesca….. Yo no me siento representado por ningún gaucho, y menos por un gaucho matrero”.

 

Otros como el prestigioso escritor Leopoldo Lugones, calificó al “Martín Fierro” como «el libro nacional de los argentinos» y reconoció al gaucho su calidad de genuino representante del país, distintivo de la argentinidad.

 

 

José Hernández (1834-1886) fue poeta, empleado de comercio, rematador, contador, taquígrafo, político, periodista, guerrero, secretario, Ministro de Hacienda de Corrientes, revolucionario, Diputado, Senador, miembro del Concejo Nacional de Educación, director de bancos, protector de industrias criollas y de gauchos, estanciero y orador. El 10 de Noviembre, día de su nacimiento, se celebra en la República Argentina el Día de la Tradición.