MAFALDA
¿Pensaron alguna vez que si no fuera por todos nadie sería nada?
Mafalda es una simpática niña, tan ingeniosa como irreverente, tan reflexiva como contestataria.
Tiene 6 años, vive en la Argentina de mediados de los 60 y principios de los 70. Nació en una típica familia porteña de clase media del Barrio de San Telmo.
Como toda niña tiene una pandilla, Felipe, soñador, tímido, perezoso y despistado; Manolito, bruto, ambicioso y materialista, pero en el fondo, de un gran corazón; Susanita, chismosa, prejuiciosa, egoísta a ultranza y peleadora de vocación, perdida en sus sueños burgueses; Miguelito, soñador como Felipe aunque algo más egoísta y menos tímido; su hermanito Guille, típico representante de la edad de la inocencia, en la que todo está por descubrirse, y finalmente, Libertad, una niñita muy pequeña de tamaño, clara metáfora del nombre que lleva, y con unos discursos cargados de retórica social.
Mafalda es precoz y muy despierta, nunca le faltan preguntas para sus abnegados padres a quienes critica por su pasividad y que, resignados, aceptan esta diaria rutina vencidos por el tremendo destino que hizo de ellos los guardianes de la Contestataria.
“Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo Importante.»
«¿No sería más progresista preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?»
«¿No será acaso que esta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?»
“¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?»
«¿Las situaciones embarazosas… las trae la cigueña?…»
«¿Y por qué habiendo mundos más evolucionados yo tenía que nacer en éste?»
Mafalda es propensa a filosofar a partir de cualquier hecho cotidiano, siempre está preocupada por la humanidad, la paz y los derechos humanos; su generosidad y patriotismo son encomiables. Detesta la injusticia, la guerra, las armas nucleares, el racismo, las absurdas convenciones de los adultos y, claro, la sopa. En materia política tiene ideas confusas, no consigue entender lo que sucede en Vietnam, no sabe por qué existen los pobres, desconfía del Estado y tiene recelo de los chinos. En definitiva, la embarga la permanente sensación de no estar satisfecha.
“Tenemos hombres de principios, lástima que nunca los dejen pasar del principio.»
“Y estos derechos… a respetarlos, ¿eh? ¡No vaya a pasar como con los diez mandamientos!»
«Y, claro, el drama de ser presidente es que si uno se pone a resolver los problemas de estado no le queda tiempo para gobernar».
“No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta…»
«¿Por dónde hay que empujar este país para llevarlo adelante?»
“En todas partes del mundo ha funcionado siempre muy bien la ley de las compensaciones, al que sube la voz, le bajan la caña…»
«Errare políticum est»
«La justicia vence siempre, pero nunca nadie levanta los pagarés»
“No es que no haya bondad, lo que pasa es que está de incógnito»
“Todos creemos en el país, lo que no se sabe es si a esta altura el país cree en nosotros.»
El 29 de Setiembre de 1964 apareció por primera vez una tira de Mafalda.
Joaquín Salvador Lavado, Quino, su autor, no sospechaba entonces que las reflexiones puestas en boca de este personaje serían traducidas a 26 idiomas, y que sus libros venderían, sólo en Argentina, 20 millones de ejemplares. Pasaron 30 años desde aquella historieta inicial y 20 desde que Quino la dibujó por última vez. Sin embargo, su genialidad sigue tan vigente como entonces y su presencia vive en la memoria colectiva de los argentinos como el personaje de historieta más significativo.
Mafalda es una verdadera heroína «rebelde» que rechaza el mundo tal cual es, representa el inconformismo de la humanidad, pero con fe en su generación. Nos hace reflexionar sobre las contradicciones del universo adulto, la validez de los hábitos, creencias, prejuicios y lugares comunes, y por ello, contribuye a la construcción de una sociedad mejor.
“¡Sonamos muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!»
Uno de nuestros grandes escritores, Julio Cortázar, llegaría a decir: «No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí».