Manuel José Belgrano

Manuel José Belgrano

Nacido en el seno de una acomodada familia porteña, la de un comerciante italiano y una criolla, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, fue el cuarto de once hermanos. Se educó recibiendo la mejor formación que podía encontrarse en la colonia, para partir luego a España, a estudiar leyes.

Ocurrió la Revolución Francesa y el joven abogado se vio envuelto por las ideas iluministas de la gesta francesa: «Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le había concedido, y aun las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente.»

Ya en Buenos Aires, a los 23 años fue designado Secretario del Consulado, allí desarrolló una ardua actividad en la promoción de la industria colonial, en la mejora de la producción agrícola y ganadera, y de las formas de comercio. También orientó su prédica a dotar al Virreinato de instituciones educativas y  por su iniciativa nacieron escuelas, cuyos reglamentos redactados por él mismo, le daban derechos igualitarios de educación a indios, criollos y españoles, y ordenaba vacantes para huérfanos.

Por aquel entonces, publicó  una obra de ciencia económica-política y se dedicó con mucha atención al periodismo colaborando con el Telégrafo Mercantil.

En 1806, durante las primeras invasiones inglesas, sin haber vestido nunca un uniforme, ni haber recibido instrucción, se hizo militar. Tras la derrota de los invasores, Belgrano inició una intensa actividad a favor de la independencia y en contra de la dominación española.

Fue uno de los principales dirigentes de la insurrección que estalló en 1810, y que se transformó en la Revolución de Mayo, formando parte de la Primera Junta que se constituyó en Buenos Aires, primer embrión de  gobierno argentino.

En los días iniciales de la revolución editó y fue director del periódico llamado El Correo de Comercio, en el cual, entre otras frases expresó: “Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y que la justicia es solo para aquellos”.

Al poco tiempo, fue convocado para dirigir una campaña militar al Paraguay, a fin de propagar la revolución. Posteriormente, con una suerte desigual, Belgrano comandó durante un año el Ejército del Norte, cuyo mando entregó luego al General San Martín. Injustamente cuestionado por el gobierno de Buenos Aires, se vio forzado a renunciar debido a las demoledoras derrotas sufridas en Vilcapugio y Ayohuma. Se encontraba además gravemente enfermo por afecciones contraídas durante sus extensas campañas militares. Pese a encontrarse con un ejército material y anímicamente diezmado, San Martín reconoció su gran labor libertadora.

Durante sus campañas, Belgrano propuso al Gobierno la creación de una «escarapela nacional», en vista de que los cuerpos del ejército usaban distintivos diversos, luego diseño la bandera argentina, que enarboló por primera vez en Rosario, a orillas del río Paraná. Esta actitud le costó su primer enfrentamiento abierto con el gobierno centralista de Buenos Aires, de posturas netamente europeizantes y contrarrevolucionarias.

A comienzos de 1815, Belgrano es enviado a Europa, en funciones diplomáticas, desarrollando una importante labor propagandística, cuya finalidad era que la revolución sea reconocida en el Viejo Continente.

Al regresar al país en julio de 1816, viajó a Tucumán para participar de los sucesos independentistas, donde tuvo un alto protagonismo. Allí  propuso una idea que contaba con el apoyo de San Martín, la consagración de una monarquía que ofrecía el trono a los descendientes de los Incas y un gobierno efectivo de tipo parlamentario. Esta propuesta fue ridiculizada por sus contemporáneos, sin comprender que su objetivo era lograr el pronto reconocimiento a nivel internacional de la independencia argentina, y atraer la adhesión, al movimiento emancipatorio, de las poblaciones andinas de Bolivia, Perú y Ecuador.

Belgrano seguirá desarrollando una ardua actividad político-diplomática y volverá a encabezar el Ejército del Norte, en el cual, gracias a la fama que gozaba entonces como jefe y patriota, será vivamente admirado por la tropa.

Los últimos años de su vida los pasó combatiendo, los trajines de la guerra lo alejaron de sus dos grandes amores, con las que concibió dos hijos.

Por sus victorias recibió como premio una importantísima suma en monedas de oro que  donó para la construcción de escuelas públicas gratuitas.

Empobrecido, a pesar de que su familia fue una de las más acaudaladas del Río de La Plata, y aquejado por una grave enfermedad, murió en Buenos Aires en junio de 1820. Eran momentos en que arreciaba una gran crisis política y su fallecimiento pasó prácticamente desapercibido.

Belgrano ingresó al panteón nacional como el creador de la bandera argentina y como uno de los más importantes héroes del ejército revolucionario de la independencia hispanoamericana, aspecto no menor, pero no fue suficientemente reconocido como  intelectual, abogado, político, economista y escritor.

En un mundo machista, fue pionero en la defensa y dignificación de la mujer. Preocupado por la industria nacional y por la dignidad de los trabajadores, impulsó una política proteccionista y una reforma agraria. Defendió la idea de una educación de calidad para todos como la mejor herramienta de cambio y progreso, propulsando la educación popular. Utilizo la pluma para combatir la ignorancia y fundó el primer diario de Buenos Aires. Se trató de un hombre que pensó un país distinto, con equidad social e igualdad de oportunidades.