VICTORIA OCAMPO

VICTORIA OCAMPO

“Las familias de origen colonial, las que lucharon y se enardecieron por la emancipación de la Argentina, tenían la sartén por el mango justificadamente. Yo pertenecía a una de ellas, es decir a varias, porque todas estaban emparentadas o en vías de estarlo…..”.

 Esta es la voz y el nombre que le dieron aún antes de nacer en Abril de 1890, y es lo que autorizó a  Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo a ubicarse, sin ninguna duda, en el centro de nuestra historia.

Pertenecía a una aristocrática y rica familia cuyos antepasados gobernaron la región desde los tiempos de la conquista española. Refinados, cultos y buenos criollos, educaban a sus hijos en casa, con una estricta disciplina, profesores e institutrices extranjeras, y complementaban esta formación con prolongados viajes a Europa.

Victoria era la primogénita y, como después de seis intentos no había llegado el hijo varón para conservar la tradición, el ser la mayor le significará un privilegio, aunque también una condena.

Convivirán en ella sentimientos contradictorios. Por su carácter era rebelde y contestaria, por su inteligencia, crítica de las arbitrariedades de su clase, por la pasión de protagonismo aceptará ser la depositaria de los mandatos familiares, y por no renunciar a ese protagonismo sacrificará sus sueños más legítimos como su pasión por el teatro.

“He sacrificado a mis padres convicciones que no debí sacrificar a nadie……ha sido a causa de ese terror…de la pena que iba infligir a terceros….Mi corazón ha estado con frecuencia acaparado por seres que mi inteligencia combatía. Esa fatalidad me ha perseguido”.

Victoria parecía haber nacido en el siglo equivocado, la joven desafiaba las costumbres puritanas y se resistía a identificarse con los roles femeninos que se le imponían. Era una voraz y apasionada  lectora, tenía la impresión de vivir lo que leía, la vitalidad que bullía en su interior sólo encontraba correspondencia con los grandes héroes de sus lecturas.

Dominaba el inglés y el francés como si fueran su propia lengua, desde pequeña escribía prosas y poemas, y al dejar en el camino su pasión por el teatro se volcó a la escritura.  Había creído que con un papel y una pluma podía ser célebre, la felicidad era alcanzar la gloria. En su búsqueda, quería estudiar, aprender para llegar a ser “alguien” por sí misma; un disparate para una mujer que únicamente debía desear convertirse en una esposa solícita y una madre dedicada.

 “¿Puedes verme enterrada bajo las preocupaciones domésticas?”, le escribe a su amiga Delfina Bunge. Victoria se había propuesto firmemente no casarse para no perder su libertad, no quería convertirse en la esposa de alguien que la exhibiera como una posesión.  Sin embargo, a los 22 años se casó con Monaco Estrada, perfecto exponente de una oligarquía opuesta a toda libertad, a todo progreso, “…tiránico y débil, convencional, devorado por el amor propio…exigente y mezquino, me trataba como a país conquistado, aunque desconfiaba de mí al mismo tiempo”.

El matrimonio comenzó siendo un fracaso y terminó en el desastre. Luego de 8 años de hipócrita convivencia, Victoria declaró su independencia; ya había conocido a su gran amor, Julián Martinez, quien fue su amante por más de 15 años.

Con sus treinta años, Victoria era considerada una mujer transgresora,  manejaba su propio auto, fumaba en público, vivía en su propio departamento y publicaba su primer ensayo en el diario La Nación. Esta publicación no significó para ella una franca alegría, sentía que decepcionaba a sus padres. Los amaba profundamente y la torturaba no serles fiel, pero al mismo tiempo se sentía y estaba en condiciones de afrontar sus propios anhelos.

A los doce años había escrito: “En mi cabeza remolinea un algo indefinido…No sé que ideas inacabadas, una sed angustiosa de lo bello, de lo poético, un deseo ardiente de expresarme con esta belleza”. A los 34 años consiguió transformar esa sed en algo que ella misma llamó “el deseo delirante de culto al héroe”. Si bien experimentaba un ardiente deseo de escribir, a la vez la invadía el temor de que su producción la desilusionara, “el gusto por la gloria ajena” venía a sustituir la impotencia en alcanzarla para sí.

En sus viajes a Europa, la Victoria adolescente había estudiado todo lo que le fue permitido. Siendo ya una bella y distinguida joven, frecuentó selectos círculos sociales y descubríó  la vanguardia cultural de la Belle Epoque. La mujer espléndida e impetuosa  trababa relación y rendía devoción a personalidades del mundo artístico e intelectual; les profesó una verdadera idolatría. Con muchos estableció una fuerte amistad y mantuvo vastas correspondencias epistolares, otros fueron invitados a Buenos Aires y su casa se abrió a una legión de artistas transformándose en un centro de intercambio cultural.

A partir de 1929, Victoria había madurado, ya no necesitó proyectarse en un ídolo, había logrado descubrir lo que tenía para ofrecer desde su singularidad, como mujer, como escritora y como miembro de una comunidad intelectual  y artística sin fronteras.

El escritor estadounidense Waldo Frank fue quien le propuso la idea de fundar una revista literaria comprometida con la cultura universal, y así se cumpliría el sueño de Victoria de crear un puente entre continentes que permitiera dar a conocer la Argentina al mundo e insertar la cultura de su país en el exterior.

En 1931 nació la revista Sur, fundada, dirigida y financiada por ella, la que se mantuvo viva durante cuarenta años gracias a su voluntad y coraje. En 1933, para fortalecer su emprendimiento, dio un paso más, fundando la editorial Sur. Esta doble empresa constituyó un hito en la actividad cultural argentina, ya que a manera de cauce, permitió la difusión de la enorme producción que surgía por esos años.

Gracias a la postura apolítica y universalista de su creadora, no se seleccionaron colaboraciones por su inclinación ideológica sino por su calidad literaria. Esto permitió que la obra de autores como Jorge Luis Borges, Eduardo Bullrich, Oliverio Girando, Alfredo Gonzalez Garaño, Eduardo Mallea, María Rosa Oliver, Guillermo de Torre, José Bianco, Ernesto Sabato, Horacio Quiroga, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Federico García Lorca, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Aldous Huxley, André Malraux, Carl Jung, Jean Paul Sastre, Graham Greene, Albert Camus, James Joyce entre otros, pudieran circular y darse a conocer en el país y en el exterior.  Eran colaboradores de la revista intelectuales y escritores de la talla de Thomas Mann, Jacques Maritain, Henry Miller, Paul Claudel, Karl Jaspers, André Breton, Jean Piaget.

Victoria conoció, pues, la gloria; era reconocida mundialmente, recibía invitaciones y honores de prestigiosas instituciones, tanto del país como del exterior. Siendo anciana, dos años antes de morir, fue la primera mujer en ser nombrada miembro de la Academia Argentina de Letras.

Frente al avance del totalitarismo fascista, la revista Sur se pronunció en defensa de la democracia promoviendo los postulados liberales, pacifistas y antirracistas desde el punto de vista moral, no político. Victoria ayudó a liberar a europeos, víctimas  del régimen nazi, los cobijó en su propia casa y les brindó apoyo económico. Fundó también un organismo que investigaba e impedía la infiltración nazi-fascista en la Argentina

 

“Una mujer si tiene la desventura de saber algo debe ocultarlo”, Victoria no sólo desestimó este adagio sino que se comprometió y  utilizó su pluma enrolándose en la causa feminista. De ahí que, a pesar de su declarado antiperonismo, habló con lucidez de Eva Perón: “En mi país, me avergüenza comprobarlo, los hombres son hijos del rigor y las mujeres mansas prefieren no disgustarlos. Sólo el día que una humillada los humilló, los llevó por delante brutalmente (y merecidamente en ese particular) cedieron y hasta se arrodillaron. Me refiero a Eva Duarte. Intencionalmente digo Eva Duarte y no Eva Perón”.

Victoria no fue  solamente una gran mecenas que favoreció el desarrollo artístico y literario del país,  promovió además la libertad y la amistad entre los pueblos, más allá de sus idiosincrasias. No le temía a las diferencias y estaba convencida de que la libertad de expresión y de pensamiento eran la vía para construir la verdad y la justicia. Y con la esperanza que después de su muerte no se diluyera el intercambio cultural entre las naciones decidió legar sus residencias a la UNESCO.

Muchos la criticaron, era mujer, rica y extravagante que se pretendía intelectual y escritora y su proyecto era tildado de  “europeizante”. Pero lo cierto es que la intrépida dama de espíritu ardiente logró transgredir los límites impuestos por su clase y por la hegemonía patriarcal. Su apasionada entrega se revela en su legado cultural y en su mayor acto de justicia, otorgarse una voz en la historia argentina, una voz de mujer que aún hoy se escucha.