EL KOLLA
«Yo digo, me pregunto / ¿A quién canta esta gente en la alta piedra? / Estos dos hombres solos, / estos tristes habitantes del cielo…?».
Manuel J. Castilla, de «Andenes al ocaso» (1967).
La puna es la región que forma parte de la Cordillera de los Andes, y abarca las provincias de Salta, Jujuy y Catamarca en la Argentina, y áreas pertenecientes a Bolivia Perú y Chile. Es una extensa “planicie” de una belleza inconmensurable, con una altura promedio de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, custodiado por picos de nieves eternas y negros volcanes.
Abruma su inmensidad, los ojos se llenan de ocres, azules y rojos y las manos parecen tocar el cielo. El alma se suspende en un vacío sin poder comprender los misterios allí escondidos.
Sin embargo, es un desierto áspero y terrible para el que penetra en él sin cuidado; amable y generoso para con el nativo y para aquellos que de verdad lo respetan. Escasea el agua aunque brota de fuentes cristalinas ocultas entre grietas. Escasea el alimento aunque no falta para el dueño de este territorio que saca de esa nada su sustento.
Las noches son terriblemente frías y los días calurosos, raramente llueve. Un par de veces al año el viento blanco barre su corteza con una cegadora nube de nieve en polvo.
Esta es la tierra del kolla, un reino de viento y soledad. Su cultura milenaria, plena de saberes y conocimientos, es de dialogo y respeto por el entorno natural que le tocó. De esa comunicación, aprendió a conocer no solo las señales de los astros, de las plantas, de los animales salvajes, de los meteoros, del viento y las nubes, sino también de los sueños. Y fue capaz de obtener los frutos de la tierra y sobrevivir durante siglos en condiciones extremas.
La Pachamama, la Madre Tierra, es la que da la vida y la preserva, por eso el kolla sostiene que todo hombre tiene que serle fiel, respetarla y rendirle culto. El primero de agosto, él la honra dándole de comer y beber en un rito que posee la solemnidad de una celebración religiosa.
Sin embargo, su amada tierra no le pertenece, es un extranjero en su propio territorio a causa del despojo sufrido a lo largo del proceso de conquista española, y que continuó durante toda la historia argentina. En pleno siglo XXI, aun no se hizo justicia y la propiedad de la tierra es una deuda histórica no resuelta.
En las vastas llanuras de pastos ralos y amarillentos, el kolla levanta sus casas de adobe con techo de paja y sus corrales delimitados con paredes de piedra. Nació para ser pastor de ovejas, llamas y cabras. Se desplaza a pie, y para transportar carga, usa mulas y burros.
En los meses de abril y mayo aparea el ganado. En verano, cuando las hembras están paridas, produce quesos. Durante la primavera trasquila los animales y en invierno, cuando las actividades agrícolas y pastoriles son escasas, hila y teje. Su tiempo esta definido por el ciclo de las estaciones.
Cultiva la tierra solo en algunos oasis donde los cursos de agua permiten el riego, allí hace crecer maíz, quinua y papa.
Escurridizo, el kolla escucha y mira por debajo de su sombrero. Callado, pensativo, su cultura se nutre del silencio que bebió de los cerros y su interioridad se forja en la lucha por la vida. Habla con gestos, utilizando la palabra sólo para referirse a lo concreto, a lo justo. Será solo en las fiestas y donde haya música cuando consiente en expresarse. El carnaval es el tiempo esperado, se desentierra al diablo y todo está permitido.
“Yo siempre tengo desvelos/ a mi siempre me va mal/ yo sólo tengo consuelos/ cuando llega el carnaval”.
El desenfreno finaliza con un nuevo entierro para luego ingresar en la cuaresma, época de penitencia y recogimiento.
El kolla ha mixturado de una manera asombrosa sus antiguas creencias con la religión católica. Venera a los santos y a la tierra, a la Virgen María y al Niño Jesús, a las almas y a Dios.
Uno de sus valores más preciados es el trabajo, se destaca por su fuerza y tesón. Es fiel al mandato del inca: “no seas ladrón”, “no seas mentiroso”, “no seas perezoso”. Las sagradas hojas de coca siempre lo acompañan; ellas calman su cansancio, el dolor y el hambre.
Los principios de solidaridad, participación y organización no sólo están presentes en el interior de la familia del kolla, sino que se extienden a la vida comunitaria. Estos se expresan en antiguas practicas como la “minga”, costumbre heredada del inca, en la que toda la comunidad coopera en la cosecha o en la construcción de la vivienda de un vecino.
Cuando el kolla señala su ganado, la comunidad también participa. La Madre Tierra preside todos los actos de la vida y, en esa ocasión, los presentes arrodillados alrededor de un agujero cavado en el centro del corral, le convidan su vino y su chicha. Los vecinos separan las mejores hojas de coca y se las entregan al dueño de la majada expresándole su deseo de que el ganado se multiplique. Se pillan los animales y frente a la Pachamama, el dueño les hace un corte en la oreja y su mujer les pone una colorida flor de lanillas.
La cultura andina del norte argentino, a diferencia de su par boliviana, se ha mestizado con la cultura llamada occidental. El fuerte proceso de invasión cultural significó para el pueblo kolla la perdida de su lengua aymara o quechua y de una gran parte de las creencias, prácticas y costumbres que le permitieron hacer frente a las adversidades y dar sentido a su existencia.
La pobreza ha llevado al kolla a desvincularse de su medio, a abandonar sus antiguas ocupaciones y a migrar para ser cosechero golondrina o minero.
La constante marginación y aislamiento, producto de la cultura dominante, ha creado en el kolla una conciencia desvalorizada de su propio ser. En Bolivia, la conciencia del propio valer fue recuperada y se mantiene en la actualidad; no ha sucedido lo mismo en la región argentina. El kolla no solo no es reconocido ni escuchado sino además es discriminado.
Aun espera ser reivindicado, él es un auténtico portador de la tradicional forma de vida andina, y su precioso legado forma parte de la cultura popular del noroeste argentino. Su lengua dejó resabios en la nuestra. Su música e instrumentos como la quena, el sikus y el erke resuenan en nuestro folklore. Sus costumbres están presentes en las comidas y vestimentas típicas, y en el hábito del coqueo. Y ojalá también sus valores de solidaridad, cooperación y amor por la tierra.
“Kolla, kolla soy señores./ Yo no niego mi nación./ Hasta las piedras me dicen, /grita que tienes razón”.
«I say, I wonder / who do these people sing to on the high stone? / these two lonely men, / these sad inhabitants of the sky …?”
Manuel J. Castilla, de «Platforms at sunset» (1967).
“Puna” is the name of the region that extends along the Andes range and covers the provinces of Salta, Jujuy and Catamarca in Argentina and areas in Bolivia, Perú and Chile. This extensive plateau of outstanding natural beauty has an average altitude of four thousand metres above sea level and is guarded by eternally snow-capped mountains and black volcanoes.
Its immensity is overwhelming; the eyes are filled with ochre, blue and red and the hands seem to touch the sky. Our soul perches on an empty space, unable to grasp the mysteries hidden within.
However, it also is a rough and terrible desert for those who enter it carelessly, but kind and generous with its natives and those who truly respect it. Water is scarce, although it flows out of crystalline springs hidden among cracks. Food is also hard to find, but it is there for the owner of such territory, who manages to get his sustenance out of almost nothing at all.
Nights are terribly cold and days are hot. It rarely rains and sometimes the white wind sweeps away the soil’s surface with a blinding cloud of snow dust.
This kingdom of wind and solitude is the homeland of the Kolla. His millennial culture, rich in wisdom and knowledge, is based on a dialogue with nature and the respect to the environment he is bound to live in. As a result of this communication, he has learned to recognise not only the signals which the stars, the plants, the wild animals, the meteors, the wind and the clouds give out, but also those he can see in his dreams. Also thanks to this communication, the Kolla has been able to gather the fruit of this land and survive for centuries in extreme conditions.
Pachamama, or Mother Earth, is the goddess that gives life and preserves it; that is why the Kolla believes that all men should be loyal to her, respect and worship her. On August 1st, he pays homage to Pachamama by offering food and drinks in a ritual that is as solemn as any other religious celebration.
However, the Kolla does not possess this beloved land; he is a foreigner within his own territory due to the plunder which took place during the process of the Spanish Conquest and which has continued throughout the history of Argentina. In the 21st century, justice has not yet been done and the property of this land is a historic debt which has never been paid.
In these vast plains of sparse yellowish grasses, the Kolla builds the walls of his house with adobe, thatches the roof with straw and closes the farmyard with dry-stone fences. He was born to be a shepherd and to take care of sheep, llamas and goats. He travels on foot and uses mules and donkeys to carry any loads.
During April and May his animals mate. In the summer, when the females have given birth, the Kolla makes cheese. In spring, he shears the animals and in winter, when the farming and herding activities are but a few, he spins wool and knits. His time is defined by the cycle of seasons.
The Kolla farms the land in the few oases where watercourses allow irrigation and there he grows maize, quinoa and potatoes.
This man is slippery as an eel; he listens to and watches the world from underneath his hat. Quiet and pensive, his culture is strengthened by the silence he has absorbed in the mountains and his inner world is forged in his daily struggle for life.
He speaks with gestures and uses words only when he wants to refer to concrete matters, to what is fair. It is only during festivities and when there is music around that he consents to express himself. Carnival is the time he anxiously waits for the whole year, when the devil is dug up and everything is allowed.
“I always have worries that keep me awake, /I always suffer misfortunes /my only consolation comes / when carnival begins.”
This time of lack of control and restraint comes to an end when carnival is buried once again and Lent begins, giving way to penance and meditation.
The Kolla culture has mixed ancient beliefs and Catholic rituals in the most amazing way. This man worships the saints and Mother Earth, the Virgin Mary and Baby Jesus, the dead souls and God at the same time.
Work is one of his most treasured values. The Kolla is known for his strength and diligence. In this respect, he is faithful to an old Inca mandate which commands him “not to steal”, “not to lie” and “not to laze around.” The sacred coca leaves are always at hand; they ease his tiredness, his pain and his hunger.
The ideals of solidarity, participation and organisation can be found not only inside the Kolla family, but also within his community. These ideals have found expression in the practice of ancient customs inherited from the Incas, such as the “minga”, a type of collective work through which the community takes part and cooperates with each member to harvest the crop or build a neighbour’s house.
When the Kolla brands his animals, the community also takes part. Mother Earth presides over all acts of life and, on this special occasion, the guests kneel around an open hole in the centre of the farmyard and offer Her wine and “chicha” (an alcoholic beverage made of fermented maize). The neighbours pick up the best coca leaves and give them to the owner of the herd, wishing that the animals reproduce. Then the animals are knocked down and in front of the Pachamama, the owner cuts their ear and his wife decorates it with a colourful woollen flower.
Unlike the Kolla culture in Bolivia, the Andean way of life in the north of Argentina has mixed with the so-called western culture. The process of cultural invasion from Europe eventually led to the loss of the Aymara or Quechua language and to the disappearance of many beliefs, practices and customs which the Kolla people had created to face adversities and give meaning to their existence.
Nowadays, poverty has caused the dissociation of the Kolla from his environment, his abandonment of ancient occupations and his migration to become seasonal harvester or miner.
The constant marginalisation and isolation brought about by the predominance of a culture over another has created in the Kolla an undervalued awareness of his self. In Bolivia, the conscience of the value of the self was regained and is still kept. This has not happened in Argentina where the Kolla is neither acknowledged nor heard, and is also discriminated against.
The Kolla is the true bearer of the traditional Andean way of life and he is still waiting to be vindicated as such. His precious legacy is an essential part of the popular culture of the northwest of Argentina. Our language has echoes of his mother tongue. His music and instruments such as quenas, sikus and erkes resonate in our folklore. His customs are present in our typical dishes and attires and in the habit of chewing coca leaves. And hopefully his values of solidarity, cooperation and love for the homeland are present in our hearts too.
“Kolla, I am Kolla, gentlemen / I do not deny my nation / even the stones tell me /to shout what it is right.”