EL WICHI

EL WICHI

En Argentina, el Gran Chaco comprende una extensa zona integrada por las provincias de Salta, Jujuy, Formosa, Chaco, Tucumán, Santiago del Estero y Santa Fe.

En Salta, la región abarca los departamentos de Orán, San Martín y Rivadavia. En el pasado, estas tierras vertebradas por los ríos Bermejo y Pilcomayo guardaban en sus entrañas montes generosos, pródigos de miel y frutos, poblados por una gran diversidad de animales.

En ese mundo de tupidos bosques, llamado el “Impenetrable”, un conjunto de naciones indígenas con idiomas y características distintivas fundaron su hogar. Entre ellas, los Wichi, un pueblo de cazadores, pescadores y recolectores que, gracias a su saber milenario, supieron servirse de la abundancia de la naturaleza que los rodeaba, sin depredarla. Supieron así mismo sobrevivir a los duros embates climáticos: largos periodos de sequía durante el invierno, y altas temperaturas y torrenciales lluvias en la época estival.

Este pueblo conocía el mundo que caminaba cada día, también el mundo acuático donde habitaba el “Dueño del Agua”. Y el cielo que era el mundo de arriba, donde vivían los antepasados en forma de estrellas. Y el que existía bajo tierra que era la morada de los muertos. Pero ignoraban la existencia de otro diferente de todos estos, el del hombre blanco. Cuando éstos llegaron, no les fue fácil penetrar en la región por la dificultosa geografía y el ánimo belicoso de muchos de sus habitantes; lo que preservó por algún tiempo a los Wichi y a sus vecinos del avance colonizador.

Wichi significa “verdadero hombre”. Bajos pero robustos y musculosos, de rostros adustos enmarcados por lacias y renegridas cabelleras, fueron llamados despectivamente por los conquistadores españoles “matacos”, que en castellano antiguo quiere decir “animal de poca monta”.

Perseguidos por los recién llegados, opusieron resistencia refugiándose en el interior de sus montes. Aún en nuestros días, algunos grupos, desprendidos de las comunidades, viven internados en el bosque, manteniendo un aislamiento ancestral, son los llamados “montaraces”.

Las pocas crónicas que hablan sobre su pasado aluden que estos hombres y mujeres, de pocas palabras y actos, nunca dieron muestras de violencia. Los Wichi no conocen la prisa, son de naturaleza calmada y tímida. Y a causa de la conquista y la marginación sufrida poseen una conciencia desvalorizada de su propio ser y una actitud de sumisión y desconfianza hacia el criollo o el hombre blanco.

Para el Wichi la naturaleza es la dadora primordial, la que nutre y satisface todas sus necesidades. Ella está protegida por los dioses de los seres vivientes: el señor de los peces, el dueño del monte, el padre de los pájaros. Ellos son los que castigan a aquellos que cazan o pescan de más, desperdiciando lo obtenido.

Los ciclos naturales: “luna de las flores”, “luna de las algarrobas”, “luna de las cosechas” y “luna de las heladas” son su brújula. Durante todo el año, los hombres, grandes apicultores y cazadores, caminan largas horas en busca de miel y de animales silvestres como venados, armadillos, iguanas y pécaris.
En los meses del invierno seco, dependen del pescado del río Pilcomayo. Cuando el calor espesa la tarde, es señal de que habrá pesca. Los hombres cargan su red al hombro y marchan ágiles a lo largo de varios kilómetros. Al llegar al río avanzan en fila, caminando o nadando, empuñando la red desplegada. Cada tanto, un hombre detecta un pez, abre la red y lo atrapa. Otro se zambulle en el agua rojiza y con la mano guía al pez dentro de la red. Bagres, viejas del agua y surubíes morirán de un golpe de porra e irán a parar al morral.

En los húmedos veranos cultivan maíz, sandías, poroto y calabazas.

Las mujeres y los niños son los encargados de recolectar los frutos maduros del monte y de preparar y tejer los hilos de las hojas de chaguar. Para los Wichi, las mujeres han descendido del cielo mediante una larga soga compuesta de esa misma fibra.

Al ser nómadas, y por tanto, no permanecer mucho tiempo en un mismo lugar, nunca le dieron importancia a la vivienda. Las construían pequeñas y poco resistentes, y aún hoy, a pesar de que su movilidad es nula, siguen haciéndolas con idénticas dimensiones y características.

Antiguamente las comunidades estaban integradas por un número no muy grande de familias, a cuyo frente estaba un cacique. Si bien cada parcialidad tenía su territorio de caza, los dominios eran colectivos. Un lugar preponderante ocupaba el chaman quien detentaba un gran poder. Capaz de percibir las dimensiones ocultas de la realidad y aliarse con los espíritus, era el puente entre la comunidad y lo sobrenatural; y el custodio de los mitos que explicaban el misterio de los hombres y del mundo.

Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, las campañas del ejército argentino establecieron en territorio Wichi una línea de fortines que posibilitó la entrega de las tierras a colonos. Arrinconados y colonizados por las banderas del estado o por las de la evangelización, fueron compulsivamente relocalizados o incorporados a los asentamientos construidos por la iglesia anglicana, llamados “misiones”. La estrictez anglicana les prohibió sus prácticas tradicionales, festivas y chamánicas. Estas, catalogadas de bárbaras, fueron lentamente borradas de la memoria colectiva de algunas comunidades.

“La tierra nos habla y nosotros la entendemos, los criollos sólo están dejando un desierto sin madera, y dicen que es el progreso, ¿y nosotros?…” dice un Wichi.

Los nuevos dueños de la tierra iniciaron una explotación devastadora del bosque chaqueño, proceso que perdura hasta nuestros días. Por el desmonte, la tala indiscriminada y la introducción de ganado, lo que alguna vez fue una tierra fértil llena de árboles y arbustos se convirtió en un desierto seco y arenoso. Los Wichí siempre habían sufrido períodos de hambre, pero la vida nunca había sido tan dura como ahora; los animales fueron desapareciendo y su medio ambiente se fue desertificado drásticamente.

La usurpación de sus tierras les generó estancamiento y pobreza. “Aquí ya no se puede vivir de la recolección. La mayoría de las tierras son fincas privadas, y los patronos no nos dejan entrar. Tampoco se pueden criar animales porque no tenemos dónde”.

Privados de su hábitat, reducidos a una pequeña porción de tierra, el progreso no llegó para dejarles salud, educación y una mejor calidad de vida.

Aun hoy los Wichi oponen resistencia. A pesar de la paulatina y alarmante pérdida de su identidad cultural, conservan su lengua. Muchos aún practican la recolección de frutos y miel del monte, cazan y pescan. Otros trabajan en obrajes madereros, en desmontes o como cosecheros temporarios en campos ajenos. Tallan la madera de palo santo, tejen con fibras de chaguar y hacen una alfarería utilitaria que venden como artesanía en los centros urbanos.

Algunos migraron, otros ocupan tierras marginales situadas en las cercanías de los poblados, en medio del monte o sobre la ribera del Pilcomayo y Bermejo. Al mando de líderes tradicionales y elegidos por la comunidad, comparten con otras etnias el resurgimiento de la lucha por la tierra y participan con sus representantes en el espacio reconocido por las leyes del aborigen. Su legado es su sabia cosmovisión que vibra en unidad con la naturaleza y nuestro desafío es rescatar y preservar su valor.

In Argentina, the region known as the “Gran Chaco” (“Great Chaco”) extends across a wide area made up of part of the territories of the provinces of Salta, Jujuy, Formosa, Chaco, Tucumán, Santiago del Estero and Santa Fe.

In Salta, it includes the districts of Orán, San Martín and Rivadavia. In the past, these lands crisscrossed by the rivers Bermejo and Pilcomayo were covered by generous hills and lavish forests with honey and fruit, where a great variety of animals lived.

In this world of thick woodland, called “el Impenetrable” (“the Impenetrable”), a group of indigenous nations with distinctive languages and characteristics set up their home. Amongst them, there were the Wichis, a nation of hunters, fishermen and gatherers who, thanks to their millennial wisdom, made use of the abundant nature around them without destroying it. They were also able to survive the tough climatic variability of the area, with severe drought in the winter and high temperatures and torrential rain in the summer.

This people knew the world they walked on every day. They also knew the aquatic world where the “Lord of the Water” lived. And they gazed at the world above, the sky, where their ancestors lived forever as stars. However, they were completely unaware of the existence of another world, which was completely different from all others, that of the white man. When the conquistadores arrived, they did not find it easy to conquer the region due to its distinctive geography and the warlike spirit of many of its inhabitants, which helped preserve the Wichis and their neighbours from the conquerors’ advance.

The word “Wichi” means “true man”. The Wichis were short but strong and muscular. Their stern faces were framed by straight and very dark hair and the Spanish conquerors contemptuously called them “matacos”, which in Old Spanish means “worthless animal.” Hunted down by the newcomers, the Wichis offered resistance by taking refuge in the woodland. Even nowadays, some groups known as “montaraces” (”the untamed ones”), which separated from the original communities long ago, still live deep down the forest, in complete isolation.

The few chronicles which tell us about their past claim that these men and women of scanty words and little action never resorted to violence. Wichis are never in a hurry; their nature is quiet and shy. Because of the conquest and the social alienation which they have suffered, they undervalue themselves and act with both submissiveness and mistrust in front of white men.

In Wichis’ eyes, Nature is the main provider, which nurtures and meets all their needs. Nature is protected by the gods of the living world: the lord of fish, the owner of the woodland, the father of birds. These gods punish those who hunt or fish to excess and squander what they have got.

The Wichi compass is made of the cycles of nature: “the moons of flowers”, “the moons of carobs”, “the harvesting moons” and “the moons of frost”. Throughout the year, the Wichi men, who are great beekeepers and hunters, walk for hours in search of honey and wild animals such as deer, armadillos, iguanas and peccaries.

In the dry winter months, they live on the fish they get from the river Pilcomayo. When the heat makes the afternoon air thick, there is sign that fishing will be good. The men carry the nets on their shoulders and march a few kilometres with agility. When they get to the river, they move in a line, either walking or swimming, and they cast their nets wide. Every now and then, a man will see a fish, open his net and catch it. Another man may dive into the reddish waters and, with his hands, guide the fish into the net. Catfish, tiger-shovelnoses and bottom feeders will later die of a sharp blow and end up in a pouch.

In the humid summer, Wichis grow maize, watermelons, beans and calabashes.

Wichi women and children are in charge of collecting ripe fruit from the forest and also of preparing and spinning the fibrous threads of the “chaguar” leaves (the “chaguar” is a plant resembling yucca). Wichis believe that women have descended from the sky using a long rope made of this same fibre.

Wichis are nomads and, since they never stay in the same place for a long time, they have never cared about their housing. In the past, they used to build small non-durable huts; nowadays, despite their scarce mobility, they still make them with the same dimensions and characteristics.

In the past, Wichi communities were made of only a few families under a chief. Each community had its own hunting territory, but the land was common property. The shaman or witch doctor played a key role and had great power. Since shamans could see the hidden dimensions of reality and form alliances with spirits, they acted as connecting bridge between the community and the supernatural world and were also the guardians of the myths which explained the mystery of men and the world.

Towards the end of the 19th century and the beginning of the 20th century, the Argentine army organised a campaign to set up a line of small forts in Wichi territory in order to colonise the area. Cornered and colonised by either the authorities or evangelists, the Wichi communities were forced to relocate or join settlements or “missions” built by the Anglican Church. The nation’s traditional customs, festivities and shamanism were banned by Anglican strictness. Such practices were regarded as barbaric and slowly wiped off the communities’ collective memory.

“The land speaks to us and we understand; the white man has left just a desert without wood and has called this progress, but what about us? … ” said a Wichi man once.

The new owners of the land began a devastating exploitation of the Chaqueñan forests, which has lasted until our times. Due to forest clearance, the indiscriminate felling of trees and cattle introduction, what used to be a fertile land full of trees and bushes has become a dry sandy desert. The Wichis have always suffered famines, but their lives have never been as hard as they are now. Animals have slowly died out and their environment has drastically turned into a desert.

Land usurpation has brought about stagnation and poverty. “We can no longer live off collecting. Most lands are private estates and the owners have refused access to them. We cannot raise cattle either because we have nowhere to do it.”

Deprived of their habitat and reduced to living in small portions of land, progress has brought no improvement in health, education or quality of life for the Wichi communities.

However, the Wichis put up stiff resistance. Despite the steady and alarming loss of their cultural identity, they have kept their mother tongue. Many of them still gather fruit and honey from the land, hunt and fish. Others work in sawmills, fell trees or are employed as seasonal harvesters in farms. They also make carvings out of “palo santo” (a type of tree), they weave crafts with “chaguar” fibre and they produce utilitarian pottery which they sell as handicrafts in cities.

Some Wichis have migrated; others occupy marginal lands near villages or towns, in the woodland or along the shore of the rivers Pilcomayo and Bermejo. Under the command of traditional chiefs and leaders elected by the community, they share with other nations the resurgence of the struggle for land; their representatives can take part in political discussions thanks to laws that acknowledge their rights. The Wichi legacy is their wise view of the world which vibrates in unison with nature; the challenge which we face is the recovery and preservation of its value.