LA CAPITANA
MARTINA SILVA DE GURRUCHAGA
(1790 – 1873)
Hacia el siglo XVIII, en tiempos de la colonia, la fertilidad del suelo, el clima templado y la abundante agua, le conferían a Salta especial privilegio. Pero lo que consolidó su prosperidad fue su posición geográfica gracias a la cual fue eslabón en el comercio de mulas y mercancías de ultramar, entre los puertos de Buenos Aires y Lima, siendo así el centro más importante del noroeste, asiento de las Cajas Reales del Virreinato del Río de la Plata.
En aquellos años Salta remedaba a Lima, y ésta hacia lo mismo con la corte de Madrid. La clase alta salteña, la “decente” como se denominaba a sí misma, legitimaba su condición por su presunta vinculación con los beneméritos fundadores de la ciudad, la limpieza de sangre, la posesión de cargos militares y políticos, y su poderío económico, diferenciándose del resto de la población pobre y predominantemente mestiza, “gente baja”, conformada por la amalgama de indígenas, negros, españoles y criollos.
Cuando en 1810 detonó en Buenos Aires la Revolución de Mayo y se formó el primer gobierno independiente de la metrópoli española, Salta no tardó en adherir al movimiento. Sin embargo, no todas las familias salteñas sentían la misma devoción por la causa patriótica, y en su interior, sus miembros se dividían. Era una ciudad pequeña, de apenas 15.000 habitantes, y los miembros de su clase principal estaban relacionados por el parentesco, la vecindad y los negocios tanto con los jefes realistas como con los patriotas.
Por otro lado, ubicada entre Lima, ciudadela realista y una Buenos Aires rebelde, Salta se hallaba entre dos fuegos. Los patriotas porteños entendían que el movimiento independista debía extenderse hacia el norte del país, puerta natural de ingreso de las tropas realistas acantonadas en Lima. Los realistas, por su parte, debían retener la llave de acceso a todo el Alto Perú, y controlando ese terreno podrían abrirse paso y caer sobre Buenos Aires. Ambos contendientes consumirán sus fuerzas por el control del Alto Perú y la guerra le demandará a Salta quince años de grandes sacrificios y la devastación de sus riquezas.
Si bien las damas salteñas estaban dedicadas a la administración del hogar y a comandar una hueste de sirvientes y criados, desde el inicio de la guerra su participación en política fue sorprendente. Ellas fueron eficaces protagonistas, prestaban sus viviendas para reuniones de las que participaban a viva voz, organizaban bailes y usaban la conversación banal para recoger pareceres políticos. Junto a campesinas e indígenas, constituyeron una temible red de espionaje y subversión que socavó una y otra vez la organización del ejército realista.
Las llamadas «bomberas», era un verdadero escuadrón de espías que llevaban mensajes secretos para los patriotas escondiéndolos en los dobladillos de sus polleras, en huecos de troncos de árboles o en canastas de lavanderas. Las más osadas entablaban amistades y hasta amores con milicianos que sucumbían “aflojando la lengua” y, a veces, hasta la voluntad, cambiándose al bando patriota.
Cuando se habla de las mujeres durante la guerra de la independencia, se las recuerda bordando banderas, donando joyas o curando heridos, sin embargo las hubo bravas y espartanas, temibles como amazonas, pero la fama y la gloria se la llevarán los grandes guerreros. Sólo unas pocas trascendieron, salvadas por la memoria popular. Estas representan a otras tantas valerosas mujeres anónimas que combatieron en las luchas revolucionarias.
Doña Martina Silva de Gurruchaga es recordada por haber alcanzado grado militar, a pesar de que las mujeres tenían prohibida la incorporación en el ejército.
Nació en 1790. Su padre, oriundo de Buenos Aires, ocupaba el cargo de Escribano del Cabildo de Salta; su madre, salteña, descendía de nobles españoles que se establecieron en la región desde los primeros tiempos de la colonia.
Se casó muy joven con un rico comerciante con quien engendro seis hijos. José Gurruchaga, su marido, ocupó importantes cargos públicos en la ciudad, pero fundamentalmente fue uno de los precursores de los ideales libertarios. En su casa acostumbraban a reunirse un grupo de abogados formados en la Universidad de Chuquisaca para discutir sobre los ideales de la revolución francesa y las nuevas teorías políticas. Más tarde, durante la guerra, su hogar no sólo sería lugar de reunión, sino también de hospedaje de los patriotas, y los caudales familiares siempre estarían prestos para generosas donaciones.
Por su formación familiar, su particular temperamento y el contacto con estos grupos, a los 17 años se pronunció como una audaz y activa defensora de los ideales patrios, y junto a otras damas salteñas colaboraba persuadiendo a criollos y gauchos sobre su adhesión a la causa.
En 1813, en su finca de Cerrillos, formó un ferviente pelotón de soldados con peones y gauchos a quienes montó a caballo, instruyó, arengó y vistió con ponchos azul añil. Con ellos, el 20 de Febrero, cruzó las Lomas de Medeiros y bajó hacia Castañares saliendo al encuentro del Gral. Belgrano, al tiempo en que se encontraba en batalla.
“Que aquella mañana montaron a caballo, y que apoyándose en la pequeña fuerza que había preparado, recorrieron la tierra que quedaba a espaldas de aquellas lomas, que eran muy pobladas de campesinos agricultores, los recogieron a todos y los arriaron a la batalla.”
El factor sorpresa y la audacia de sus guerreros, dirigidos por una mujer extraordinaria, fueron los agentes decisivos para el triunfo en la famosa Batalla de Salta. Por ello, el Gral. Belgrano la premió con el grado de Capitana Honoraria del Ejército, y le regaló un mantón de espumilla azul bordado en oro con su nombre y grado militar. Dijo el General Belgrano, dirigiéndose a ella:”Señora, si en todos los corazones americanos existe la misma decisión que en el vuestro, el triunfo de la causa por la que luchamos será fácil”. Luego Martina bordó y obsequió al Ejército victorioso una bandera celeste y blanca, la cual flameó en las campañas al Alto Perú.
Esta valerosa salteña, ya anciana, hacía dulces y empanadillas que vendía para poder sobrevivir, pero su espíritu no se apagó, siguió haciendo caridad y apostolado a pesar de su extrema pobreza.
Era muy respetada en todos los ámbitos. Cuando paseaba por las calles salteñas, al pasar por el cabildo, la guardia presentaba armas reconociéndola en su grado de Capitana.
Según una tradición familiar, doña Martina se reunía por las tardes con sus hijas para rezar el rosario y entre otras cosas pedía “que Dios las libre de la operia, que es el peor mal”, así hacía referencia a las conductas imprudentes y sin sentido que no podían admitirse en tiempos de crisis.
Doña Martina fue una intrépida dama que transgredió los límites impuestos para su sexo. Su compromiso y entrega apasionada le otorgaron una voz de mujer en la gesta emancipadora, legándonos un invalorable ejemplo cívico.
MARTINA SILVA DE GURRUCHAGA
(1790 – 1873)
By the eighteenth century, in colonial times, Salta enjoyed a certain special privilege due to the fertility of its soil, its temperate climate and the abundance of water. However, what consolidated its prosperity was its strategic geographic position, thanks to which it served as link in the trade of mules and overseas goods between the ports of Buenos Aires and Lima, thereby becoming the most important economic centre of the northwest and the seat of the Royal Treasury of the Viceroyalty of the River Plate.
In those years, Salta copied the ways of Lima, which in turn followed the trends of the Court of Madrid. Salta’s upper class, which called itself “the decent class”, legitimised such status through its alleged links with the worthy founders of the city, the purity of its blood, the possession and exercise of military and political posts, and its economic power. All these characteristics separated this class from the rest of the population, which was not only poor but predominantly of mixed race, the so-called “low people”, made of a mixture of indigenous, black, Spanish and Criollo (or Creole) people.
In 1810, when the May Revolution exploded in Buenos Aires and the first independent government was created, Salta quickly adhered to the revolutionary movement. However, not all the families in the city felt the same devotion to the patriotic cause, and inside each household, its members were divided. At that time, Salta was a small city of only 15.000 inhabitants, where the members of the upper class were related by blood, proximity and business with both royalist and patriotic leaders.
On the other hand, because of its location between Lima, a royalist citadel, and the revolutionary Buenos Aires, Salta was caught in the crossfire. The patriots in Buenos Aires believed that the independent movement had to expand to the north of the country, which was the natural entry for the royalist troops stationed in Lima. Meanwhile, the royalists realized that they had to hold back access to the territory of Alto Perú and that, by controlling the area around Salta, they could make their way into the country and fall upon Buenos Aires. Eventually, both sides would use up their forces in the attempt to gain control over Alto Perú and the toll of a fifteen-year war in Salta would bring about great sacrifice and the devastation of its riches.
Although the ladies from the Salteñan upper class had always dedicated their life to household managing and commanding a host of servants and serfs, from the beginning of the war their participation in politics was astounding. They became efficient protagonists who offered their homes to hold meetings in which they themselves took loud part, organized balls and made small talk to gather political opinions. Along with peasant and indigenous women, they made up a formidable network of espionage and subversion that again and again succeeded in undermining the organisation of the royalist army.
People started to call these women “bomberas” (bombers). Eventually, they turned into a squad of real spies who carried secret messages to the patriots by hiding them in the hems of their skirts, inside hollow tree trunks or in their laundry baskets. The bolder ones became friends and even lovers of the royalist militia men, who succumbed to their charms and loosened their tongues and, sometimes, even lost their will and changed sides.
Nowadays, when we refer to the women of the wars of independence, we remember them while embroidering flags, donating their jewellery or nursing wounded soldiers. However, many of them were brave and Spartan, and as fearsome as Amazons. Unfortunately, fame and glory are only for great warriors and just a few among such women have transcended thanks to folk memory. They stand for so many other courageous but anonymous women who fought in the revolutionary struggle.
Doña Martina Silva de Gurruchaga is the only one of such women who succeeded in achieving official military rank at a time when women could not enter the army.
She was born in 1790. Her father was from Buenos Aires and held the position of Notary Public of the Cabildo (City Hall) of Salta. Her mother had been born in the city and was the descendant of noble Spaniards who had settled in the area during early colonial times.
Martina was very young when she married a rich merchant with whom she had six children. José Gurruchaga, her husband, held important positions within the city’s government, but he was essentially one of the forerunners of the libertarian ideals. A group of lawyers who had trained at the University of Chuquisaca used to meet in his house to discuss the ideals of the French Revolution and the new political theories. Later, during the war, their home would not only be a venue for political meetings, but it would also accommodate patriots, and part of the family’s wealth was willingly used for generous donations.
Because of her upbringing, her particular temperament and her contact with political groups, at the age of 17 Martina declared herself to be a bold and active supporter of the patriotic ideals; along with other Salteñan ladies, she helped to convince Criollos and Gauchos to join the cause.
In 1813, in the family’s farmhouse in Cerrillos, she formed a platoon of soldiers with farmhands and gauchos. She gave them horses, trained them, harangued them and dressed them in indigo blue ponchos. On February 20th, Martina crossed Lomas the Medeiros with her platoon, down towards Castañares. There she met General Belgrano, who had already engaged in battle.
“… that morning they mounted their horses, and relying on the small force she had prepared, they crossed the land behind those hills where many farmer peasants live. They gathered the farmers and together charged into battle …”
The element of surprise and the audacity of the warriors led by such an extraordinary woman proved decisive in the victory in the famous Battle of Salta. Therefore, General Belgrano awarded her the rank of Honorary Captain of the Army and gave her a shawl of soft blue wool with her name and military rank embroidered in gold. During his formal address, General Belgrano said to Martina, “Madam, if the same decisiveness exists in all American hearts, the triumph of the cause we fight for will be easy.” After this, Martina embroidered a white-and-blue flag and gave it as a present to the victorious Army, which waved it as a banner during its campaigns in Alto Perú.
When she became old, this brave Salteñan lady made jams and baked empanadillas (a type of pastry) which she then sold to survive. Her spirit was never broken and she continued to work for charity and campaigning for independence despite her extreme poverty. Everyone respected her. When she walked down the streets of the city and passed in front of the Cabildo, the guards presented arms to her and acknowledged her as Captain.
According to a family tradition, Doña Martina and her daughters gathered every afternoon to say the rosary; among other things, she would ask God “to rid the girls from foolishness, which is the worst of evils.” This is how she referred to the reckless and senseless behaviour which one should not tolerate in times of crisis.
Doña Martina was a fearless lady who went beyond the limits imposed to the women of her time. Her commitment and passionate devotion gave a voice to the heroic women of the movement of independence and set an invaluable example of civic-mindedness to all of us.